‘El odio y el arte macabro’, por Héctor Raúl “Gato” Ossés

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Un extraño fenómeno, emergente de una marcha insignificante, dejó como testimonio bolsas de plástico (rellenas, y con nombres) colgando de las rejas de la Casa Rosada como si fueran muertos en esas bolsas negras de las películas.

Así funciona el inconsciente de estos opositores. Así cuelgan los narcos los cadáveres de los puentes, en México. Picas con cabeza adornando la entrada a Roma en la rebelión de Espartaco y (por qué no) cadáveres tirados al mar y al río. Nuestra historia, de uno y otro lado del Río de la Plata, está (también) sembrada de prisioneros degollados colgados de los árboles, en el camino.

Esta “instalación” macabra es el producto de un odio irracional, la muestra palpable de que la base de la dictadura sigue intacta en el interior complejo de un sector de la Argentina. Anoto que Macri dijo muy campante que pondría a seiscientos argentinos (más o menos, pienso) en un cohete al espacio. Que es lo mismo que decir que los haría desaparecer. El también es un artista, un prestidigitador (la mano es más rápida que la vista).

Esta cita que copio y pego de San Google nos cuenta sobre algo similar:

“El 28 de octubre de 1983, durante el cierre de campaña del Partido Justicialista, frente a una multitud de entre 800.000 y 1.200.000 personas, en el centro del palco y enfocado por todos los canales de televisión, prendió fuego un ataúd con las siglas de la Unión Cívica Radical y una corona mortuoria.”

Lo vi por televisión: Herminio Iglesias, con una sonrisa, ponía fuego al cajón (que colgaba, también). Al mismo tiempo le puso el moño al triunfo de Alfonsín y partir de entonces volvimos a la democracia.

Al cabo de cuarenta años, los artistas del odio y la yapa vuelven a mostrar una de sus obras maestras. Esta vez, una instalación.

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